Las políticas salariales en México: propuestas y resistencias al cambio

Federico Muller

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CienciaCierta #39, Julio – Septiembre 2014
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Al empresario estadounidense Henry Ford (1863-1947), se le atribuyen varios aforismos durante su productiva vida como fabricante de automóviles en las plantas de Detroit. Algunos hablaban de los beneficios que vienen aparejados con el volumen y venta de la producción en serie, que se confrontan con la estereotipada percepción e imagen que tiene el vulgo del empresario latinoamericano y español.

El creador del Ford T de color invariablemente negro, y acérrimo enemigo del sindicalismo obrero, en varias ocasiones dijo: “Un negocio que no produce nada salvo dinero, es un mal negocio…hay una regla para el empresario, y es hacer los productos con la mayor calidad posible al menor costo y pagando unos sueldos lo más altos posibles…el secreto de mi éxito está en pagar como si fuera pró-digo y en vender como si estuviera en quiebra”. Los trabajadores de las empresas de Ford revolucionaron la filosofía del trabajo de aquel tiempo; redujeron la duración de la jornada laboral a ocho horas e incrementaron los ingresos recibidos, pues fueron quienes mayor paga devengaron del sector industrial de Estados Unidos en los comienzos del siglo XX. La historieta anterior viene a colación porque recien-temente el jefe de gobierno del Distrito Federal (DF), 2012-2018, Miguel Ángel Mancera, quien parece ser de lo más rescatable entre la contemporánea clase política mexicana, convocó al “Foro Internacional: Salario Mínimo, Empleo, Desigualdad y Crecimiento Económico” el cual reunió, en el Museo de Antropología de la ciudad de México a funcionarios del Gobierno Federal y del DF., directores de organismos internacionales, académicos de la UNAM, e invitados de los gobiernos de Alemania, Perú, Chile, Suiza y Uruguay. La discusión e intercambio de ideas se centró en el sensible tema: el salario mínimo vigente en México, que ha sido utilizado por el gobierno federal y los gobiernos sub-nacionales desde la apertura comercial del país, en 1983, como una herramienta exitosa para atraer inversiones extranjeras o; aún mejor, como elemento ancla de la permanencia de las mismas. Ha sido tanta la presión social, que los gobernantes en turno, para mantener la relativa paz social entre la población, además de malbaratar el petróleo para allegarse recursos fiscales y de nulificar a las organizaciones sindicales beligerantes, han contenido los aumentos salariales como una válvula de escape, con tal de que las empresas multinacionales generen empleo en la economía, sin embargo, las nefastas consecuencias de tan draconiana política salarial han sido la precari-zación del ingreso familiar y el crecimiento acelerado de la economía informal.

El Salario normal y el real
En esa reunión se analizó el poder de compra del salario, también llamado real por los economistas, así como las probables estrategias para elevarlo; entre los asistentes hubo el consenso, de que lo relevante o, mejor dicho, lo socialmente responsable, para eva-luarlo, debe ser por la canasta de bienes que se puede comprar con la percepción monetaria del asalariado incorporado al régimen formal de la economía nacio-nal, el monto o cantidad del ingreso que aparece en nómina es irrelevante; de ahí, la relación estrecha y unívoca entre salario y nivel de precios. Los invitados al mencionado foro externaron, en el lenguaje retó-rico y técnico, aderezado con la magia y demagogia que manejan los políticos en el país, lo que las clases populares mexicanas, coloquialmente expresan en la cotidianidad y fragor de la existencia misma: “El salario no alcanza”… “El salario mínimo vigente en México, que por más de 30 años ha derivado en una pérdida de 77%del poder adquisitivo de la población, debe ser reflejo del mérito del trabajador y no una unidad de medida… el país y la ciudad están viviendo una nueva oleada. Es una oleada de precarización de empleo y este hecho no estaba formando parte de la discusión nacional, por eso tiene que incluirse y debatirse…México es el único país en la región en donde el salario mínimo es inferior al umbral de la pobreza per cápita, representa sólo un 0.66 por ciento…la población que recibe dos salarios mínimos apenas está por encima del umbral de la pobreza”

Opiniones discordantes sobre el incremento al salario mínimo en México.
Entre las primeras voces en oponerse a incrementos salariales por decreto gubernamental, como se acostumbró en el país entre 1970 y 1982, se escucharon la del gobernador del Banco de México y las de los líderes de los sindicatos patronales, aña-diéndose a este concierto casi unísono, las emitidas por las organizaciones accesorias a éstos. Además de la crítica a la intervención directa y ejecutiva del gobierno en la política salarial de los mercados de trabajo, esgrimieron que las percepciones salariales, no deben modificarse a la alza sin que se acompañen del incremento en la productividad del trabajo, de lo contrario cualquier aumento en los recursos monetarios se neutralizará por el aumento en los precios; la lógica económica que manejan es sencilla, detonas artificialmente el poder de compra de los obreros cuando la producción de los bienes y servicios no subió, en otros términos, los reacios a ocurrencias, programas y estrategias populistas, parten de la hipótesis y ecuación monetarista del economista judío Milton Friedman (1912-2006): mucho dinero disponible en la economía, propicia la ascensión de las compras, rápidamente agota los inventarios y produce inflación. Para ilustrarlo en “blanco y negro”, un buen ejemplo puede ser, con ciertas matizaciones, lo que están actualmente padeciendo los venezolanos, y quizá en el futuro inmediato los argentinos: tasas de inflación de dos dígitos. Aunque, también se dieron a conocer otros argumentos en contra de la propuesta de Miguel Ángel Mancera. Más emotivos y por supuesto menos racionales; uno de ellos, decía: “Antes de pensar en incrementos salariales, debemos tener menos impuestos, gobier-nos más eficientes y más inversión”. Lo interesante de esa sesuda tesis, es que las familias mexicanas pobres deben esperar y dejar su estado de inanición hasta, que venga el advenimiento de un ordenamiento gu-bernamental y rogar sin cesar a los cielos, para que tengamos mejores políticos…

Nunca digas que los tiempos pasados fueron mejores

Así está escrito, frase proverbial bíblica. Pero posiblemente en la historia de este país haya margen para hacer una honrosa excepción al mandato divino dado a los judíos. Aunque la historia económica de México se ha caracterizado por las limitaciones en el ingreso de la población, que ha mantenido porfiadamente desde la independencia política de España, particularmente por el subdesarrollo de las clases populares, se ha considerado 1976, como el año de mayor poder adquisitivo del salario de los trabajadores de las últimas décadas; que desde luego influía para mantener el tejido social con gobernanza, sin grandes sobresaltos dados por la inseguridad urbana y el crimen organizado. A partir de ese año la erosión en el poder de compra de los salarios de los mexicanos inicia su alarmante caída libre. Según cálculos conservadores, que hacen los propios economistas del sector público en México, el poder de compra del salario ha disminuido, de 1976 a 2006 en forma alarmante y aniquiladora para el bienestar de las familias mexicanas. Por ejemplo, en la década de los setenta el austero y místico profesor avecindado en esta ciudad y maes-tro de la universidad pública, con su sueldo, era sujeto de crédito y podía comprar el automóvil compacto del año, de moda en aquellos tiempos, y cubrir el préstamo, sin muchos sacrificios en un período de 24 meses. En la actualidad es difícil que lo haga, a menos que sea líder sindical magisterial. A la década de los ochenta en el país, se le llamó perdida o malgastada, por el nulo crecimiento de las actividades econó-micas. En las clases sociales marginadas (mayoría), para tratar de medio mantener el ingreso familiar en niveles de subsistencia, la mujer (esposa o pareja) ha abandonado el hogar para incorporarse al mercado productivo retribuido y los hijos, cuando bien les va, tienen que combinar el trabajo en la economía informal con el estudio. Y quizás lo más grave ha abonado para sembrar la alienación de las conciencias de los jóvenes, rehenes de la indolencia, manipulación y el acarreo político. Sin la correlación (causa-efecto) científica y validada, se ha presentado la asociación (aparente) entre tres variables; dos de ellas de índole económica (cuantitativa) y la restante de carácter social (cualitativa): baja en el ingreso personal, incremento en la economía subterránea (informal) y descomposición social en la sociedad.

Efectos perniciososque tal vez nunca dimen-sionaron los gobernantes que cínicamente dila-pidaron los recursos públicos y los que vinieron después que se plegaron a los brutales dogmas (sin alternativas, como único camino de salida hacia el desarrollo), determinados por los organismos internacionales (BM, FMI y Banca Comercial Extranjera). Desde entonces el país ha transitado sin un proyecto propio de nación, únicamente ha “malsorteado” las crisis, sometiéndose a las veleidades del mercado estadounidense. En 2006 se presentó una ligera mejoría en los montos de inversión extranjera, nivel de empleo y consumo interno, pero llegó la crisis inmobiliaria en Estados Unidos (2008) que de nuevo hundió a la maltrecha economía nacional. Los empleos que se generaban después de la debacle en la venta de viviendas, la industria del cemento y el ladrillo.

 

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